Las masas nubosas no se han de confundir con vapor de agua, sino que son pequeñas “microgotas” de agua líquida en suspensión que flotan en el aire puesto que su diámetro oscila entre los 0,2 y 0,3 mm, o en forma sólida como cristales de hielo, según su altura. Para que puedan precipitar como agua de lluvia, necesitan aumentar de tamaño y tener entre 1 y 5 milímetros de diámetro. Al ser este aire húmedo menos denso que el cálido, permanecen en las capas altas de la atmósfera y las masas de aire caliente en las capas más bajas.
Si las nubes estuvieran formadas por vapor de agua (agua en forma gaseosa), no podrían verse puesto que es un gas invisible. De hecho las percibimos como blancas debido a que cuando la luz solar llega a las nubes, las pequeñas gotas de agua dispersan la luz y reflejan todos los colores, esta mezcla da el color blanco. Si las nubes son muy densas y gruesas, la luz no puede atravesarlas totalmente, adquiriendo así unos tonos más grisáceos. La luz viaja sin alteración hasta que penetra en la atmósfera, entonces choca con las partículas que la componen: polvo, gotas y cristales de agua, sal y moléculas que forman el aire (oxígeno, nitrógeno y gases nobles). El nitrógeno y el oxígeno dispersan más el color azul y violeta, que emiten en todas las direcciones, mientras que dejan pasar los tonos naranjas y rojos en línea recta, dando un resultado de cielos celestes.
Por la tarde, sucedería lo mismo si no fuera porque el sol está bajo. En esa posición sus rayos recorren hasta 10 veces más atmósfera hasta llegar a nuestros ojos que cuando está en el cenit. Por tanto, los tonos azules sufren tal dispersión que no llegan a nuestros ojos mientras que el naranja, rojo y amarillo sí. Cuantas más partículas sólidas hay suspendidas en el aire, más coloridos y saturados son los atardeceres.
Tener una estación meteorológica es la herramienta perfecta para conocer tanto la humedad ambiental como c¡todas las variables necesarias para una gestión adecuada del campo.